BAILAR EL TANGO. TERCERA PARTE.
El cuerpo y El esfuerzo. (También en inglés traducido por Andrea Martinez)
El cuerpo humano es una máquina de inmensa complejidad, belleza y armonía. Cuanto más lo entendemos, más respeto le tenemos. No deberíamos ir en su contra ni condenarlo; debemos cuidarlo. Cuando el cuerpo se mueve, simplemente lo hace, sin que sepamos conscientemente por qué. Por ejemplo, al dar un paso, simplemente movemos la pierna; el cerebro da la orden y el cuerpo obedece.
Cuando comenzamos a aprender los primeros pasos de tango, nuestra mente debe familiarizarse con movimientos que nunca antes ha realizado. Con el tiempo y la repetición, esos movimientos se automatizan, como cuando aprendemos a conducir un automóvil: al principio pensamos cada acción, pero con la práctica llega un momento en que lo hacemos sin pensar. De la misma manera, el tango se convierte en algo natural. Por eso es fundamental contar con la guía de un buen profesor, ya que si se automatiza un movimiento incorrecto, este se transforma en un «vicio».
Con la práctica constante, llegamos a bailar sin pensar en los pasos, como cuando caminamos por la calle. Cada persona tiene su propio estilo de caminar, y en el tango cada uno tiene su propia forma de bailar, determinada por cómo hemos aprendido y, principalmente, por cómo somos. (No se baila como se ve, sino como se es).
Si queremos corregir un movimiento incorrecto, la mente debe modificar el patrón ya establecido, lo cual es mucho más difícil que aprenderlo correctamente desde el inicio. De ahí la importancia de un buen profesor. El aprendizaje se logra a través de la repetición constante durante un tiempo que depende de la capacidad innata de cada cuerpo. Los expertos dicen que la maestría llega después de 10.000 horas de práctica (Malcolm Gladwell, Outliers)—lo que equivaldría a practicar 4 horas diarias, 5 veces a la semana, durante 10 años.
Al igual que cuando éramos bebés, primero tuvimos que aprender a desplazarnos, luego a caminar, después a correr y finalmente a desarrollar otras habilidades físicas, en el tango debemos aprender primero a desplazarnos abrazados, caminar con el tango, mejorar el equilibrio, desarrollar el cambio de peso y, finalmente, aprender figuras, adornos y movimientos llamativos. Si comenzamos aprendiendo figuras en lugar de caminar, el esfuerzo será mayor y el resultado más torpe, con choques de cuerpos y la adquisición de malos hábitos.
Es fundamental tener paciencia y perseverancia en el proceso de aprendizaje. No basta con ejecutar un movimiento correctamente una vez; es necesario repetirlo varias veces, bajo la supervisión de un profesor, hasta que la mente lo automatice. Todos debemos pasar por esta etapa. Algunas personas aprenden más rápido, otras de forma más secuencial, pero el progreso siempre dependerá de cuánto hayan entendido y practicado la mente y el cuerpo.
Aquellos que avanzan sin respetar estos principios terminarán aprendiendo en la pista de baile y probablemente serán juzgados por la comunidad tanguera. Tal vez nunca sean considerados buenos bailarines, incluso si con el tiempo perfeccionan sus movimientos.
El esfuerzo tiene un límite, y está marcado por las características particulares de cada cuerpo. Debemos identificar ese límite y no sobrepasarlo demasiado, para evitar sufrir y, en cambio, disfrutar del baile de manera natural, mediante la práctica y el ejercicio. Por ejemplo, si el cuerpo no es capaz de disociar bien, forzarlo a hacer «ochos atrás» con disociación podría ser contraproducente, ralentizando el aprendizaje y dañando el cuerpo.
El profesor debe ofrecer alternativas de movimiento a sus alumnos. Esto también es parte de la difusión del tango, ya que quienes sufren demasiado en el proceso suelen ver el tango como algo difícil y, por ello, abandonan.
Cuando se logra la conexión: fusión de la mente y cuerpo.
El cuerpo y la mente no son entidades separadas; el cuerpo es la parte externa de la mente y la mente es la parte interna del cuerpo. Cualquier cosa que ocurra en el cuerpo afecta a la mente, y viceversa. Cada vez que aprendemos un nuevo paso o movimiento, la mente lo asimila junto con el cuerpo, formando un patrón de movimientos.
Cuanto más forzamos el cuerpo, más tiempo llevará el aprendizaje, ya que la mente necesita más tiempo para automatizar el nuevo patrón de movimientos. Mientras tanto, la mente seguirá ocupada, impidiendo disfrutar plenamente del baile. Sin embargo, si el aprendizaje es natural y sin esfuerzo físico excesivo, el objetivo se alcanzará más rápido y la mente se liberará antes, permitiéndonos disfrutar de otros aspectos del baile.
Cuando la mente ha creado el patrón de movimientos y el cuerpo los ejecuta automáticamente, la mente queda libre para disfrutar de los abrazos, de la música, de la armonía entre los movimientos y la música, de la improvisación, la seducción y el amor… durante esos tres minutos, lo que dura un tango, que es un breve momento pero de intenso placer.
Es entonces cuando el alma entra en escena y se logra la fusión entre cuerpo, mente y alma, alcanzando el goce extremo (Osho). Explicar este sentimiento es difícil, tanto como describirle el color rojo a una persona ciega. Sin embargo, sí es posible guiar a otros para que lleguen a experimentar ese sentimiento y disfrutar del sublime placer del baile.
Muchos creen que han alcanzado la cúspide del tango, pero en realidad nunca llegamos a dominarlo por completo. El tango siempre nos sorprende y nos ofrece nuevas maneras de disfrutarlo.
Seguiré compartiendo mis experiencias con quienes deseen alcanzar un baile relajado, seductor y lleno de disfrute, independientemente de con quién o cómo bailen. El objetivo es sentir cada segundo con el corazón abierto y el alma presente.
Ing Carlos Neuman
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